El verdadero maestro es aquel que te enseña a dejar de necesitar maestros externos
- leidy hidalgo
- 6 abr
- 2 Min. de lectura

Existe un riesgo ⚠️: el riesgo de aferrarse a una sola verdad.
En el camino del despertar, es fácil enamorarse de la primera luz que nos saca de la oscuridad en la que habíamos estado sobreviviendo. Una iglesia, un libro, un conferencista, un video, una canción, una enseñanza, un maestro… cualquiera que sea, nos ofrece respuestas, alivio y claridad.
Y eso está bien.
Pero si no tenemos cuidado, la verdad que vino a hacernos libres puede volverse nuestra nueva prisión.
Una mente que se encierra en una sola verdad cierra sus puertas a otras verdades. Se aleja de la verdad más grande: todo está en constante revelación.
Creer que la vida, la mente, lo invisible y nosotros mismos se resumen en una sola explicación… es negar lo infinito.
Los grandes sabios, los maestros ascendidos, las personas que dejaron un trozo de su vida y su ejemplo —incluso el mismo Jesús— vinieron a mostrarnos caminos distintos que podíamos transitar e imitar, pero no vinieron a ser idolatrados.
Somos nosotros, con nuestra mente limitada y cerrada, nuestros traumas, nuestras necesidades de pertenencia a lugares, vicios, dioses y personas —en fin, todo lo material y externo, menos a nosotros mismos— quienes olvidamos que somos templo de algo magnífico y más grande de lo que podemos imaginar.
Entonces, dejamos de ver que estas personas vinieron a recordarnos que el maestro habita en nosotros.
No hay un solo camino, hay muchos.
No hay una sola verdad, ni una única salida de la oscuridad para todos.
Creer eso sería hacer del Dios todopoderoso, omnisciente y omnipotente, algo creado a nuestra imagen y semejanza; en lugar de permitirnos ser hechos a la imagen y semejanza de Él.
Lo limitamos. Lo reducimos. Lo encasillamos, cuando en realidad es una divinidad viva que nos habla a través de pensamientos, sueños, intuiciones, silencios y sincronicidades que solo el alma sabe traducir.
Y para escucharla, solo necesitamos entrar en estados de silencio, de oración y de renovación mental, para poder entenderle y así transitar el verdadero camino que nos pertenece a cada uno.
Por eso, aprender no es aferrarse.
Crecer no es repetir lo mismo sin criterio eternamente.
La verdadera espiritualidad no nos domestica:
nos hace más libres, más humildes, más humanos y más conscientes de nuestra esencia espiritual.
Sigue aprendiendo.
Honra a quien te inspiró.
Pero nunca dejes que una enseñanza te impida ver todo lo demás que la vida —y el Dios que habita en ti— tiene para revelarte.
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